
A un niño llamado Pedro le gustaban mucho los globos y el día de su cumpleaños su abuelita le regaló unas monedas con las que el niño feliz fue corriendo a la tienda a comprarse un montón de globos.
—Por favor deme ese globo rojo, y ese azul, y el verde, el naranja, y el amarillo, también quiero ese blanco... —le dijo emocionado al dueño de la tienda.
Pedro regresó a su casa con el ramillete enorme de globos hinchados con helio. Los globos se movían con el aire sujetos con su hilo a la mano de Pedro y daba mucha alegría verlos tan coloridos. El pequeño globo blanco se sentía feliz de salir por fin de la tienda, aunque un poco acomplejado por no tener un color vivo y alegre como sus demas compañeros.
Al llegar a casa, Pedro subió corriendo a su habitación y ató el extremo de todos los cordones en la baranda de su balcón.
La gente que pasaba por la calle miraba hacia arriba para contemplar los bonitos globos de colores. El blanco continuaba algo tristón por no tener color, pero al mismo tiempo emocionado por haber emprendido una nueva vida.
Pedro se sentía muy contento con su nueva adquisición.
Por la noche, cuando el niño ya dormía, los globos se dispusieron también a dormir bajo la luz de las estrellas. Todos menos uno. El globito de color blanco contemplaba el cielo estrellado, pensando en todo lo que podría estar pendiéndose estando ahí atado.
A la mañana siguiente Pedro dando un salto de su cama los miró durante un rato.
—Que globos más bonitos tengo - pensó.
Aquella fresca mañana de primavera el globo blanco, que había pasado toda la noche despierto, continuó mirando al cielo ensimismado con la luz del sol que teñía el cielo de un intenso azul, los pájaros revoloteando, el viento meciéndolo suavemente... mientras sus compañeros miraban hacia la calle y se hinchaban de orgullo cuando la gente los miraba.
—¿No os gustaría poder ascender hacia lo alto y surcar el cielo? —les preguntó de repente el globo blanco a sus compañeros:
—¡Que va! yo estoy muy a gusto aquí en el balcón mecido por el aire —respondió el globo azul.
—A mí me gusta estar aquí agarradito y cómodo —dijo el globo rojo.
—¡Pues yo digo lo mismo! —exclamó el globo amarillo —¡se está muy bien aquí!
—Sí, se está muy bien aquí sin tener que preocuparse por nada —asintieron los demás globos al unísono.
El globito blanco se quedó en silencio pensando en que esa no era la vida que él había deseado. Él quería experimentar nuevas emociones, disfrutar otras experiencias y sobre todo aprender cosas nuevas.
Aquel día por la tarde una paloma se posó sobre la baranda del balcón y curiosa contemplaba los globos.
El globo blanco la vio y la saludó:
—Hola.
—Hola—respondió la paloma al saludo mientras ahuecaba sus plumas.
El globo blanco sin pensárselo dos veces le preguntó a la paloma:
—¿Tú podrías ayudarme ?
—¿Yo? ¿Qué quieres que haga ? —dijo la paloma.
—Quiero soltarme de mi cordoncito y ser libre.
La paloma lo contempló durante unos instantes y le preguntó:
—¿Acaso no estás bien aquí con tus amigos ?
—No demasiado— respondió el globo —no estoy tan mal aquí y mis compañeros son agradables, pero no es esto lo que yo quiero, yo quiero más, quiero sentir, experimentar, aprender.
La paloma sonrió y dijo —Hay tantas cosas por descubrir...
—Entonces ayúdame ! corta mi hilo por favor !
La paloma se acercó al manojo de hilos y buscó el hilo que sujetaba el globo blanco, lo agarró con su pico y con un movimiento certero lo seccionó.
El globo banco comenzó a elevarse hacia el cielo.
—¡Muchísimas gracias! exclamó emocionado el pequeño globo.
—¡De nada amigo! —le dijo la paloma saludándolo con su ala —aprovecha el tiempo todo lo que puedas, descubre, aprende ¡y sé feliz!.
El globo emprendió entonces su aventura surcando los cielos. Conoció muchos lugares, que vistos desde el aire se veían espectaculares.
Recorrió la ciudad y sus alrededores dejándose llevar por el viento, yendo de un lugar a otro. Aprendió cómo se hacían los zapatos al observar a un zapatero trabajando en su patio, supo cómo se ordeñaba una vaca al sobrevolar una granja, vio como se hacían los tablones de madera al pasar por la serrería, comprendió como se ganaba la gente la vida contemplando a un antenista colocando una antena en un tejado, a un pintor pintando la fachada de una casa y al policía dirigiendo el tráfico del centro de la ciudad, y ¡hasta aprendió las normas de circulación viarias!
El color blanco de su cuerpo fue tiñéndose de vivos colores a medida que aprendía algo nuevo. Varios colores de lindos tonos teñían ahora el color blanco.
Se emocionó viendo a un águila en su nido en lo alto del cerro en las afueras dándole de comer a su polluelo
—¡Hasta siempre mamá águila! —le gritó mientras continuaba su camino por el aire.
Se enfadó al ver a un niño en un camino haciéndole la zancadilla a otro que cayó al suelo lastimándose.
—¡No seas tan malo! —le increpó desde el aire.
También sintió alegría al ver pasar junto a él a una bandada de patos que regresaban del sur y lo saludaron con sus divertidos graznidos
—¡Bienvenidos amigos ! —Saludó feliz el globo.
¡Cuántas cosas estaba descubriendo, aprendiendo y sintiendo!
Ahora el globo tenía ya muchísimos nuevos colores y era muy hermoso. ¡Se sentía muy feliz !
Se acordó de sus compañeros de baranda y se sintió un poco triste por ellos.
—Que lástima —pensó —ellos se conformaron con lo que ya tenían y jamás van a vivir las cosas que yo estoy viviendo, ni van a conocer todo lo que yo estoy experimentando.
Mientras tanto, a lo lejos, en aquel balcón, los colores de los otros globos que allí habían quedado, iban palideciendo poco a poco, perdiendo su color y su brillo, presos de la monotonía y la falta de estímulos
.
El globo aventurero, curioso y con ansias de aprender y descubrir, siguió y siguió volando y volando por los aires, aprendiendo de absolutamente todo lo que veía y conociendo y sintiendo emociones nuevas.
Siguió su camino, convertido en un hermoso globo multicolor, descubriendo el mundo y la vida que bullía en él, sintiéndose un globo afortunado por todo lo vivido y todo lo que le quedaba por vivir.