
Desde el inmenso cielo nocturno observaba la luna el
espectáculo de los animales. De repente un búho adolescente volaba rápidamente,
y ella asustada se movió.
- ¡Búho insolente! ¿Acaso estás demente?
- ¡Disculpe señora, no fue mi intención causarle este gran
sacudón!
Allá en la llanura sigue la fiesta, zorros, ardillas, búhos
y grillos, arman el alboroto y la luna obstinada dice que guarden silencio,
amenaza con ocultarse temprano y dejarlos a oscuras. Se levanta el zorro en dos
patas como tratando de alcanzarla y respetuosamente le dice:
- Señora luna, no creo que hagamos daño alguno con corretear
y jugar un poco con nuestros amigos.
La Luna muy arrogante le contestó: - Yo soy la fuente de luz
nocturna, brillo con luz propia, sin mí no seríais nada, viviríais en completa
oscuridad.
- ¡Te equivocas Luna arrogante!- resonó una voz desde el
hueco de un árbol. Era el abuelo Búho, quien era el más sabio de los animales
de la región.
- Tu luz la obtienes del Astro Rey, es decir, del Sol.
- ¡Mentiroso!- refutó la luna. Simplemente tienes envidia,
porque yo vivo aquí en lo más alto, tengo un hermoso brillo y si no quiero,
pues no salgo más y no podréis salir a armar fiestas escandalosas. Y sin decir
más nada se ocultó.
Los animalitos al ver que todo quedó sumido en la oscuridad
se fueron a sus cuevas, madrigueras y árboles.
- El abuelo búho se preocupó demasiado, e intentó dormir esperando
el amanecer.
Eran las cinco de la mañana y el Astro Rey se venía
despertando, imponente, hermoso, brillante, con su corona incandescente. Ya se
sentía el calorcito de sus rayos al tocar la tierra cuando el abuelo búho
carraspeó frente a él.
- Señor Sol, tenga usted buenos días. Vengo a hablar en
nombre de los animales de la llanura. La señora Luna nos ha tratado mal, se ha
vuelto obstinada y nos ha quitado la luz. Nunca más volveremos a salir de
noche, vamos a morir de hambre y de tristeza.
- Señor búho, me parece que tenemos que darle un escarmiento
a esa señora.
Ese día el sol se ocultó, no brilló, mientras la Luna
paseaba por otros lugares. El día estuvo frío, oscuro y triste. Los animales se
quedaron en sus hogares. Al finalizar el día dando paso a la noche, llegó la
arrogante Luna con los ojos cerrados, pero su sorpresa fue muy desagradable… no
pudo brillar. Insistió muchas veces estirándose, girando sobre sí misma, pero
no lo pudo lograr, lloró y gritó, pero nada pasó.
El abuelo búho se le acercó y la Luna con sus lágrimas le
salpicó.
- ¿Ahora me crees Luna arrogante? No brillas con luz
propia, tú dependes del Sol y nosotros dependemos de tu luz para salir a
alimentarnos y a compartir con los otros animales.
La Luna comprendió su grave error, se disculpó con los
animales y pidió ayuda al señor Sol, quien ya venía de regreso de su paseo. Al
amanecer el Sol brilló como nunca y en la noche la Luna hermosa brilló para
todos los animales de la llanura.